(Columna publicada en Perfil, Argentina, el 22 de diciembre de 2023)
El neolítico fue la revolución tecnológica que da origen a nuestra civilización: las instituciones de sociedad, familia, comercio, propiedad, agricultura y la escritura nacen desde una transformación científica que posibilita la agricultura, que posibilita los asentamientos humanos, y las formas sociales complejas. Fue la revolución industrial simbolizada por la maquina de vapor de Watt, la que la transforma y da origen a las ideas políticas por las que nos seguimos rigiendo. Junto con esta revolución cae lo que conocemos como Ancien Regime, y nacen las democracias occidentales. Hoy, nos encontramos en medio de una revolución de al menos similar envergadura que las anteriores.
Para quien tenga dudas de lo anterior, tengamos presente que en cinco data centers se puede albergar todo el saber e información acumulado de la humanidad hasta 1978; que en cambio necesitaríamos varios miles de ellos para albergar todo el conocimiento y datos acumulados hasta el 2018, y que sin embargo necesitamos más de un millón para albergar el conocimiento y datos hasta septiembre de 2023.
Pero no fueron las herramientas para la agricultura o los telares mecanizados de Manchester los que dieron origen a las transformaciones sociales de siglos anteriores, sino la velocidad de transferencia del conocimiento que estas posibilitaron. Lo mismo ocurre hoy, con la diferencia de que la desintermediación del conocimiento es exponencialmente mayor en frecuencia, volumen y calidad de la información.
Al tener conciencia de esta transformación, ya no es posible seguir mirando la realidad actual a través del mismo lente de hace 200 años, pues se arriesga perder la comprensión de la sociedad, generando un mensaje político (y económico) desacoplado con la realidad. Bien podría ser esta la explicación del pasmo y sorpresa frente a los chalecos amarillos del 2018, la parálisis del gobierno del presidente Piñera frente al estallido social en Chile de 2019, y por cierto el ascenso de Javier Milei desde una esquina del Congreso a la primera magistratura en tan solo dos años.
Los efectos de este cambio tecnológico, son múltiples e increíblemente cercanos a las personas, como por ejemplo la posibilidad cierta de que la velocidad de circulación de la información, influirá en la velocidad con que se realice el ajuste económico de Argentina planteado por la administración Milei, y que este no dure 18 meses sino 9 o menos meses, debido a la velocidad con que la información se disemina y procesa, generando consensos sociales y económicos que se aceptan de manera más rápida en la sociedad.
De la misma manera, ha aumentado la demanda de transparencia y rendición de cuentas. Como dice el adagio, lo que no se mide, no existe: los ciudadanos esperan dos palabras mágicas de este gran cambio: auditabilidad de las decisiones y trazabilidad de las acciones de la administración. La ciudadanía aspira a analizar y criticar las políticas gubernamentales, casi en tiempo real.
La pregunta crucial para Argentina entonces es: ¿cómo poder utilizar esta revolución tecnológica para redefinir la economía argentina y su tejido social, en orden a lograr prosperidad y crecimiento?
En efecto, la transformación digital de Argentina importa la potencialidad de un nuevo diálogo, en que el Estado compromete transparencia e interoperabilidad entre órganos de la administración, en beneficio de lograr mayor eficiencia al asegurar las condiciones para el crecimiento económico que los ciudadanos demandan, al mismo tiempo que estos aceptan un mayor compromiso en el cumplimiento de obligaciones legales, tributarias y fiscales, configurándose así un nuevo pacto social.
Lo anterior requiere de ciertos mínimos, como por ejemplo que los líderes de la sociedad civil, no solo los políticos, sino los dirigentes sociales, empresariales y culturales – esten a la altura de los tiempos actuales, y dejar de pensar que el “ahora” se resuelve mirando la realidad con los mismos cristales que los de hace 90 años. También se requiere que no solo vean la transformación digital como una herramienta económica, que genera nuevas cadenas de valor, y una economía mucho mayor en tamaño y calidad, sino como un medio para fortalecer la democracia, asegurar la gobernabilidad y dotar a la sociedad civil de herramientas de control y fiscalización de las autoridades.
Argentina enfrenta una oportunidad histórica, en palabras de Alan Turing: “podemos solo ver un poco del futuro, pero lo suficiente para darnos cuenta de que hay mucho por hacer”. Este cambio va más allá de la tecnología, abriendo caminos para remodelar la economía y fortalecer la democracia.
En este nuevo contexto, la velocidad de la desintermediación de la información es crucial: Argentina tiene la oportunidad de liderar un progreso social y económico sin precedentes mediante la innovación y colaboración.
Miguel Papic es Fundador de Avoncourt (IA) y presidente de la Fundación Libertad Humana