Las comunicaciones y sus avances tecnológicos han cambiado la estructura de las políticas del mundo, marcada por una sociedad de Estados como el centro de la política internacional. Estos se han visto sobrepasados por micropoderes distribuidos por el mundo, capaces de marcar la agenda o impulsar causas más allá de los intereses de los países, haciendo que los gobiernos pierdan soberanía sobre las relaciones transnacionales de sus ciudadanos. 

Hoy, gracias a las plataformas tecnológicas, tanto individuo como grupos pueden articular un caso que gane cobertura y sea difundido a nivel mundial, generando un gran movimiento de ideas. Temas como derechos humanos (DDHH), equidad de género, preocupaciones ambientales, discriminación racial, entre tantos otros, van circulando por el mundo a través de las redes sociales, encontrando apoyo y activistas en muchos países al mismo tiempo.

El fenómeno no es nuevo. Cada nuevo desarrollo en las comunicaciones ha permitido generar una población más informada, y con ello, menos manipulable por los líderes políticos. En la década del 90, el efecto CNN[1], como se le llamó a la transmisión en vivo de las noticias que ocurrían en otras partes del mundo, tuvo una gran influencia sobre los Gobiernos occidentales. Imágenes de refugiados hutus en Ruanda o de niños famélicos en Somalia llegaron a los hogares a través de la televisión, provocando la presión por parte de la ciudadanía para intervenir humanitariamente. 

La creación del smartphone y el lanzamiento del IPhone en 2007 trajo de la mano la propagación del uso de redes sociales. Thomas Friedman nos hizo ver en su libro “Gracias por llegar tarde” que en torno a esta fecha emergió un completo grupo de compañías e innovaciones, que en su conjunto, remjhccodelaron la forma en que “la gente y las máquinas se comunican, crean, colaboran y piensan”. De pronto pasamos a tener en la palma de nuestra mano una herramienta que nos permitió transmitir de forma inmediata un hecho, difundirlo a miles de personas en minutos, conseguir apoyo, generar opinión pública, presionar a las autoridades y organizarnos.

Movimientos masivos y ampliamente públicos

La Primavera Árabe el 2010 fue la primera demostración del alcance que esto podía llegar a tener. La inmolación de un joven vendedor tunecino como protesta por haber sido despojado de sus mercancías se expandió por la redes sociales, despertando a miles de personas en Túnez, Egipto, Siria, Libia, Argelia, Omán, Yemén y Jordania que se rebelaron contra las malas condiciones y falta de oportunidades que vivían. Las manifestaciones exigían apertura democrática y derechos sociales a gobernantes autoritarios, que intentaban sin éxito reprimir las protestas. 

Este movimiento dejó al descubierto tres grandes cambios en la relación que gobernantes y gobernados iban a tener durante el resto de la década: 

– Internet le permitió a la gente ver y comparar su propia realidad con la de otros lugares; 

– Las redes sociales entregaban una capacidad de comunicación y organización entre los ciudadanos que las autoridades no eran capaces de controlar y potenciando la inmediatez; 

– La mayor cobertura de una causa dio paso a la masividad: más personas y en más partes del mundo podían enganchar con una causa, generando movilizaciones de miles de personas en diferentes lugares, al mismo tiempo. 

En el 2011 Indignados salió a a las calles de España (y en algunas otras partes del mundo) a manifestar su hartazgo del sistema político, mientras que en EE.UU. Occupy Wall Street ocupó el distrito financiero de Nueva York atacando a un poder económico omnímodo y ambicioso, cuyo objetivo era terminar con la avaricia corporativa y la desigualdad social. En Chile, el Movimiento Estudiantil tomó la posta de la Revolución Pingüina de 2006, con mucho más éxito. Por primera vez desde la vuelta a la democracia una marcha alcanzaba las cien mil personas y ostentaba un apoyo transversal de la ciudadanía.

Hong Kong sorprendió el 2014 con la Revolución de los Paraguas. El estatus de “Un país, dos sistemas” le había dado estabilidad a una región que practicaba un regimen político y económico diferente al resto del país. Por eso, cuando China quizo limitar los candidatos a elecciones se desataron manifestaciones de estudiantes – que luego se ampliaron a otros grupos de la población – que se defendían con paraguas del gas pimienta utilizado por la policía.

La demanda independentista de Cataluña es histórica. Sin embargo, el llamado a un referendum independentista en 2017, que fue declarado ilegal por la justicia española, incrementó notoriamente las movilizaciones por la causa, con su peak el 2019, en que fueron sentenciados los líderes del proceso independentista, generando una escalada de protestas violentas.

Harvey Weinstein era uno de los productores de cine más poderosos de Hollywood, cuya caída tras las acusaciones de abuso sexual dieron paso al movimiento MeToo, que luego se extendió a Latinoamérica con el lema Ni una menos.

Los Chalecos Amarillos de Francia surgieron tras el alza de impuestos a los combustibles de ese país. Esto llevó a que en octubre de 2018 se organizara una protesta a través de las redes sociales, la que se fue replicando en el país y agregó otras causas, como la injusticia fiscal y la pérdida del poder adquisitivo de la población.

El estallido social en octubre de 2019 en Chile sorprendió a los chilenos y el mundo cuando más de un millón de personas salieron a las calles a pedir dignidad. Las manifestaciones solo se calmaron cuando se llegó a un acuerdo para escribir una nueva Constitución. La ola de protestas por dignidad se extendió luego por Latinoamérica, llegando a Bolivia, Perú, Colombia y Honduras en el 2020. 

Black Lives Matter comenzó a funcionar en el año 2013 en Estados Unidos, pero las fuertes imágenes de la muerte del afroamericano George Floyd al ser arrestado, en que es inmovilizado en el suelo aplastandado su cuello al mismo tiempo que grita que no puede respirar, desencadenó una serie de protestas masivas y violentas, que se expandieron a otros países, en contra del racismo institucionalizado.

Todas estas manifestaciones comparten como características la masividad y amplia visibilidad. Esto les entrega a los movimientos apoyo transnacional  y un gran poder para presionar a las autoridades políticas.

Tecnología como herramienta social

Así, las redes sociales permiten el empoderamiento de la sociedad civil, tanto de forma asociativa como individual, ya que no se necesitan jerarquías ni personas que lideren: se recibe una propuesta, y si se quiere, se sigue, modifica, amplía o desecha. “La tecnología es muy social, tiene una gran capacidad de agrupar y relacionar a personas, y eso es la que la hace tan útil para el activismo. El activista lo que quiere es hacer que sus ideas avancen, que sus acciones sean exitosas, y la tecnología les facilita el trabajo”, opina Antoni Gutiérrez-Rubí.

Las tecnologías dan respuestas a causas que ya existen, pero transforman una chispa en una mecha social. Gutiérrez-Rubí considera que las redes sociales permiten conectar todas estas mechas, haciendo que toda chispa pueda terminar en una gran explosión, mientras que antes podían ser aisladas para que no explotaran. Así, la sociedad civil se ha convertido en un actor activo en los asuntos globales, lo que se refleja en el creciente activismo transnacional, aumento de redes transnacionales permanentes y comunidades con fines similares, que les permite liderar campañas globales. 

El rol significativo que ha alcanzado la sociedad civil global en la gobernanza del mundo ha hecho que sus organizaciones pasen a ser consideradas como un actor más en las relaciones internacionales. Esto no lleva incluso a considerar que el sistema internacional de Estados, heredado de la Paz de Westfalia, está obsoleto, dando paso a una Sociedad Global.


[1] Recibió este nombre por la cadena de noticias norteamericana CNN, que hizo historia con la transmisión de la Guerra de Kuwait y luego de las guerras civiles que ocurrían en Somalia y Ruanda. Las fuertes imágenes de estos conflictos recorrieron el mundo