Así como la tecnología puede entregar mayores grados de desarrollo y libertad en algunos ámbitos, no es menos cierto que la está socavando y a pasos agigantados en otros.  Es urgente tomar conciencia de ello y pensar en posibles soluciones.

Cuando algunos de nosotros, de pequeños, mirábamos con asombro a los Super Sónicos y sus robots que ayudaban a hacer las tareas domésticas, la posibilidad de conversar a través de pantallas mirándonos a los ojos, automóviles voladores y otros avances que por entonces parecían sacados de un sombrero de mago y nos hacían soñar con un mundo futuro solo factible en los cuentos y mentes creativas. Parece que ahora esa realidad maravillosa ya llegó y cabe preguntarnos qué rol juegan hoy los avances tecnológicos. ¿Nos están dejando más tiempo libre para pensar, cuestionarnos, aprender y adquirir nuevos y más profundos conocimientos? ¿Los avances de la tecnología digital están llevándonos a ser realmente libres? ¿Están ayudando a incrementar nuestro conocimiento o por el contrario solo nos inundan con datos que queremos escuchar? 

En menos de 20 años, la revolución digital transformó por completo la forma en que compramos, nos comunicamos, viajamos, trabajamos, nos divertimos e incluso encontramos pareja. Hoy las personas integramos la tecnología en el tejido de nuestro ser, dado que nos facilita la vida. Es difícil imaginar un par de días sin nuestro teléfono inteligente, wifi o redes sociales. 

Google nos permite responder a casi todas las preguntas que se nos vengan a la mente. Las redes sociales nos conectan con personas de ideas afines en todo el mundo, el comercio electrónico comprar y vender 24/7 e infinita información está disponible sin costo. Las personas estamos conectadas de forma instantánea y los mercados disponibles a nivel global. Todos los días surgen nuevas oportunidades y desafíos que el espíritu empresarial, junto con la tecnología van resolviendo.

Pero como reza el viejo adagio, no todo lo que brilla es oro, y junto con lo bueno que acarrean los avances en tecnología digital, también presentan múltiples contras. El presente artículo pretende llevarnos a reflexionar sobre uno de los grandes riesgos de la revolución digital, cual es:  Cómo los avances en tecnología digital nos pueden afectar en términos de nuestra libertad. 

Actualmente nos encontramos en las zonas grises de los intermedios, en el ojo del huracán, sin saber aun donde iremos a parar cuando termine de girar. Es difícil saber qué implicará para nuestra evolución esta revolución digital de la que estamos siendo espectadores y partícipes. Lo que sí está claro, es que de no hacernos ciertos cuestionamientos e intentar anticiparnos a alguno de sus efectos adversos, esta revolución podría resultar más dañina que beneficiosa.

Si nos remontamos a la antigua Grecia y en particular a Sócrates, Platón y Aristóteles; para estos grandes pensadores de la antigüedad la libertad era concebida como la posibilidad que tiene el ser humano de ser uno mismo. Relacionando la autonomía a la capacidad de tomar sus propias decisiones, y donde se plantea que el conocimiento es condición fundamental y necesaria, aunque no suficiente, para lograr la libertad. Por otro lado, la ignorancia esclaviza y a través de los siglos son varios los pensadores que han señalado que el conocimiento siempre gobernará a la ignorancia: las personas que pretenden gobernarse a sí mismas deben, por tanto, armarse con el poder que otorga el conocimiento. 

No contamos con las suficientes herramientas para filtrar el recurrente bombardeo de información al que hoy más que nunca estamos expuestos. Además de la sobreestimulación constante, a la cual ya estamos tan acostumbrados, que hasta nos parece adecuado que otros nos alimenten la información. Cada vez estamos leyendo y mirando lo que nos llega, que no son más que espejos de lo que queremos leer y ver, y esta realidad nos hace estar cada vez más polarizados y con menos posibilidad de diálogo y entendimiento, seguros de que nuestra forma de entender el mundo es la correcta. 

Se puede hacer un paralelo muy interesante entre lo que ocurre con las redes sociales, la forma en que “consumimos” información y cómo ésta va moldeando nuestra forma de pensar. Tocqueville planteaba que, en democracia, el espíritu de conocimiento es menos intenso que en otros regímenes, dada la igualdad con la que se ven los ciudadanos y cada vez hay menos interés de la ciudadanía por indagar personalmente y formarse un criterio. Al final del día, el hombre democrático se queda con las opiniones que se parecen más a la suya y deja de importarle si acaso esas opiniones están bien o mal fundadas. Esto resulta en un gran caldo de cultivo para los fake news.

Mill por su parte introdujo el concepto de la tiranía de la mayoría, donde una mayoría democrática impone su voluntad sobre la minoría. Esto puede ejercer un poder tiránico, cuando fuerzas como la opinión pública sofocan la individualidad. En ella, la sociedad misma se convierte en tirano al tratar de imponer su voluntad y sus valores a los demás. Las redes sociales están alentando más que nunca este tipo de comportamiento e incluso en escalas pequeñas, donde se ven grupos de personas “funando” a otros. 

Otro tremendo tema dice relación con el enorme cúmulo de datos que cada uno de nosotros genera día a día. A pesar de que Internet ofrece enormes beneficios, también es cierto que observamos como las grandes corporaciones y potencias, desde Facebook y Google hasta China, agencias de inteligencia y otros, son bastante hábiles explotando esos datos tanto con fines de lucro como de vigilancia o influencia en la opinión pública. 

Esta problemática va mucho más allá de las leyes y normas de cada país, eso debe estar también, pero es secundario. En algún momento tendrá q venir un acuerdo mundial pues de lo contrario el poder que tendrán estas mega corporaciones será incalculable. Por ahora no pareciera que estemos cerca de lograrlo. Las conversaciones sobre el derecho a la privacidad, en el espacio “en línea”, han demostrado que existen considerables diferencias de valores entre las personas y más aún entre los países y corporaciones. 

Esta gran capacidad que tienen algunos para adquirir conocimiento sobre cada uno de nosotros, de nuestros gustos, preferencias, consumos, etc. también lleva a preguntarse cuanto de nuestra libertad entregamos sin siquiera cuestionarnos el porqué, el para qué o sus posibles implicancias. Una de las hipótesis alarmantes planteadas por José María Lassalle en su libro “Ciberleviatán” es cómo la renuncia a la libertad se produce de forma inadvertida y voluntaria, no violenta. “Una extorsión que no parece serlo. Realmente es una alienación, en términos marxistas. Porque se desapropia al hombre no solo de su libertad, sino de la consciencia de estar ejerciéndola. Se le va asistiendo tanto en el ejercicio de su libertad, así como convenciéndolo de que la ejercita por sí mismo que es una manera inapropiada de ser libre”.[1]

Apelar a un sentido de responsabilidad por la salud e integridad de la democracia, como se vio en las audiencias del congreso norteamericano respecto de los asesores legales de Facebook, Google y YouTube, podría generar una serie de cambios de política para estas plataformas todopoderosas, pero la eficacia y la fuerza última de los valores democráticos tendrán que ser confirmados y en la práctica: deben brindar seguridad física, oportunidades para todos, desarrollo económico y cohesión comunitaria. A la larga, esa será su mejor y única defensa.

Hablando ahora en el ámbito de relaciones internacionales, Sadin, filósofo Frances que lleva años estudiando la relación entre la hiperconectividad, las tecnologías digitales y su impacto en la sociedad, postula el surgimiento de una “humanidad paralela” capaz de procesar de manera más eficiente la gran cantidad de información que se genera, dando lugar a una gobernabilidad algorítmica que pone en riesgo nuestra soberanía. El mayor cambio que probablemente veremos será el paso de una geopolítica tradicional, fundada en el equilibrio de poder, a una geopolítica en red, basada en la creación de dependencias políticas basadas en los flujos de información, comercio, finanzas, energía, personas y violencia. Si bien el territorio seguirá desempeñando un rol, solo será relevante en la medida que proporcione control de estos flujos de red. El nuevo sistema de política internacional llegará a parecerse a un sistema de circulación o una red, más que a una colección de estados nacionales.[2]

El acelerado avance del nivel de digitalización afectará la forma en que tomamos decisiones, nos organizamos y nos comunicamos. Nuestras vidas sociales ya se han visto profundamente afectadas, al igual que ciertas industrias. Las últimas organizaciones en adaptarse a la revolución digital serán probablemente las del gobierno y las fuerzas armadas. Nuevos métodos de activismo social y organización de base amenazarán con hacer obsoletos muchas de las funciones políticas y ministeriales. Nuevas amenazas vendrán a través de los flujos de información en la red, lo que conducirá a más conflictos dentro de un estado; más que interestatales. 

Hay muchos desafíos nuevos para las sociedades libres en nuestro tiempo. El estado de vigilancia y la recolección de información que se entromete en la privacidad de las personas está carcomiendo casi de modo imperceptible las virtudes individuales de la curiosidad intelectual, la tolerancia y la apertura mental. Estamos frente a grandes riesgos implícitos con la creciente e incesante irrupción de tecnologías basados en “data” las que atraviesan vastos dominios de lo social y se instalan en el corazón de nuestras vidas privadas. Estamos viendo cómo las sociedades libres evolucionan hacia estructuras de poder capaces de manipular, controlar y vigilar a los hombres sin recurrir a mecanismos de represión directa o indirecta, pues basta la psique como espacio de acción. Se opera dentro de los seres humanos y se desarrolla una forma de coacción social de las masas mediante una psicología digital. Así, la suma de populismo y técnica conforma una suerte de «sociedad de la vigilancia digital, que tiene acceso al inconsciente colectivo, al futuro comportamiento social de las masas y desarrolla rasgos totalitarios».[3]

Estamos viviendo un momento disruptivo en la historia, en el que todo cambiará y los humanos estamos siendo corderos mansos frente a lo que está ocurriendo frente a nuestras narices, así y todo, incapaces de verlo y menos aún de reaccionar oportunamente. En la era del consumo e individualismo nos quedamos satisfechos con poder incrementar la demanda de aplicaciones, facilitarnos la vida con compras por internet e informarnos en menos de 280 caracteres.

Pareciera necesario tomarse en serio el tema y repensar la forma en que nos organizamos, adaptándolo o bien reemplazándolo por otro sistema mejor. Algún sistema que otorgue un empoderamiento legal que desarticule las megacorporaciones digitales para frenar su poder. 

En estos tiempos ya no nos cuestionamos qué es la libertad, puesto que nos parece obvia la respuesta, sino que la asumimos como un derecho establecido, logrado. Creemos que la libertad es entendida por todos, de igual forma y que todos somos libres. Vale la pena detenernos a pensar si somos realmente tan libres como creemos ser. Los Super Sónicos parecían vivir en libertad, y nosotros?

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[1] https://www.lavanguardia.com/politica/20190525/462458421427/lassalle-ciberleviatan-google-netflix.html

[2] https://www.americanacademy.de/liberal-values-tech-revolution/

[3] Lassalle, J. M. (2016). Entre la luz maquiavélica y las sombras de la democracia. Una reflexión política sobre la antipolítica como fortuna. Revista de Estudios Políticos, 172, 235-249.